lunes, 19 de septiembre de 2011

La Vaca y la Luna – María Elena Walsh


Como ustedes saben, la Luna es una señora redonda, monda, oronda y lironda, que está siempre sentada en el cielo.
Y también habrán pensado muchas veces: ¿La Luna no se aburre allá arriba, tan sentada?
Ahora que los hombres ya van a visitarla a ella ¿No se le habrá ocurrido nunca jugar a las visitas con nosotros? Podríamos hacerla saltar, botar y rodar como una pelota blanca.

Pues bien, yo les contaré un secreto, pero no lo repitan a nadie:

Hace mucho, mucho tiempo, cuando la Luna era chiquita, bajaba a la Tierra todos los lunes. Sí, venía a jugar y hacer travesuras. Y bajaba sin permiso del Sol, que se quedaba allá arriba sentado en su trono, muerto de calor, mirándola de reojo muy enojado. Y la Luna chiquita se divertía mucho aquí en la Tierra. Jugaba con los gatos, los chicos, las mariposas y las ovejas. Se bañaba en los arroyos y rodaba por los toboganes. Se caía de las hamacas y botaba por las calesitas.
Pero un  lunes… un  lunes le  pasó un  accidente,  pobre  la Luna, y  desde entonces no quiso volver más a la Tierra. Se quedó sentada en el  cielo para siempre,  redonda,  monda,  oronda y lironda, repitiendo una triste canción que dice:

“No, no, no
A la Tierra no vuelvo yo
Que una vaca me lamió
Y eso sí que no me gustó
No, no, no”

Y  ahora  les contaré,  en  secreto,  qué le  pasó a la Luna cuando bajó a la Tierra hace muchos, muchos años, por última vez.

Resulta que vino rodando  por el cielo, como todos los lunes. Aterrizó en un campito verde lleno de flores y mariposas. El Sol brillaba muy fuerte, de puro enojado que estaba con la escapada de la Luna. Como se había agachado para mirarla mejor, hacía mucho calor. La Luna  se bañó en  el  arroyo  para refrescarse y  después se sentó  en  el pastito muy  tranquila cuando,  como  todos los lunes,  se le acercaron  sus amigos: chicos, sapos, ovejas, mariposas y grillos. Se pusieron  todos a jugar,  y la  Luna rodaba de aquí  para allá,  de allá para aquí, riendo en jajajá y riendo en jijijí.
Jugaron a la escondida, a la mancha venenosa, al Martín Pescador… bailaron la rancherita y el pericón, hasta que por fin los chicos tuvieron que irse al colegio,  las ovejas a almorzar, los grillos a cantar  y  las mariposas a mariposear. La Luna se quedó sola, y como estaba muy cansada de tanto brincar, decidió dormir una siestita. Durmió un rato muy largo.
Cuando se despertó, el Sol ya estaba resbalando por el horizonte, sin dejar de mirarla de reojo y con las cejas arrugadas como si fueran dos ciempiés. Al despertarse, la Luna sintió algo muy raro en la cabeza. Una cosa áspera, caliente y húmeda la acariciaba torpemente.

­ ¿Pero qué es esto? Gritó la Luna asustada.

Y  se encontró  con los ojos tontos y  vacunos de una  Vaca que la estaba lamiendo entusiasmada. La Luna  se tocó  la cabezota y  notó  con horror  que le faltaba un  buen pedazo. La Vaca a todo esto se relamía.

­ ¡Pero qué barbaridad! Le dijo la  Luna.  ¡Me has estado lamiendo durante toda la siesta con esa lengua grandota y de papel de lija! ¿No te da vergüenza, Vaca vacuna?

La pobre Vaca se disculpó diciendo:
­ Tunúus rucu gustu u sul. U cumu u mú mu gustu muchu lu sul…
(Las vacas hablan  solamente con  la U,  de modo que esto,  traducido del vacuno al castellano, quiere decir: “Tenías rico gusto a sal, y como a mí me gusta mucho la sal…”)

Y la pobre Luna se puso a llorar.
- ¡Ahora    que el Sol  me  va a retar, y  con toda razón,  porque ya no soy redonda, monda, oronda y lironda, me falta un pedazo, parezco un huevo!...

La Luna lloraba frotándose tristemente el pedazo de cabeza que le faltaba. A todo esto, la Vaca se relamía, y como única palabra de consuelo y disculpa, decía atentamente:
- Muuuuu.

El  Sol se tapó  con una  nube  y desapareció,  para no seguir  presenciando tamaña calamidad. La Luna,  tristísima,  se volvió al  cielo,  donde algunas  veces,  cuando se da vuelta un poquito, ustedes le podrán ver el buen pedazo de Luna que le gastó la vaca con su lengua de lija.
Por eso ahora la Luna prefiere no bajar más a la Tierra, y se queda sentada en el cielo todas las noches, repitiendo esa triste canción que dice:

“No, no, no
A la Tierra no vuelvo yo
Que una vaca me lamió
Y eso sí que no me gustó
No, no, no”

Y a las tres, a las dos, y a la una,
Se acabó el cuento de la Luna.
María Elena Walsh.

La vaca y la luna - Pedro Vilar